Había una vez dos pequeñas y tiernas
semillas, enterradas a apenas unos centímetros de distancia. En ese
entorno era lo mejor que podían pedir, en mitad de la nada solo se
podían intuir los ronquidos de las rocas más profundas y la
compañía hacía más entretenida su existencia. Pasaban horas
hablando y durmiendo. Hablaban y dormían, dormían y hablaban.
Aunque no tenía mucho de que hablar ya que solo eran semillas,
siempre se preguntaban como sería la superficie. Una de ellas aclaró
un día su miedo por ese extraño mundo lejos de la estática tierra.
-¿No lo temes?
-¿A qué?
-A lo de ahí arriba
-¿Por qué le debería tener miedo?
-Por que es distinto a esto.-susurró
la pequeña semilla.
Y con este pensamiento siguió en su
letargo, pero su compañera no le bastó con eso. “¿Qué hay de
malo en que sea diferente? ¿Qué habrá haya arriba? ¿Podré verlo
algún día?”, las preguntas se acumulaban sobre su cabeza como las
nubes antes de una tormenta, mientras soñaba con lo desconocido.
Entonces fue cuando cayó la primera
gota, al principio no notaron nada, las semillas estaban muy bien
enterradas en la cómoda tierra. Pero después de cuatro o cinco
gotas más, la semilla mas miedosa despertó alarmada.
-¡AGUA! ¡Hay agua por todas partes!
La otro semilla se desperezó y miró a
su alrededor sobresaltándose enseguida, pero no era por el agua, era
por su cuerpo. Había cambiado, ahora tenía una alargada pierna
blanquecina de la que salían diminutos deditos y de su cabeza otro
extraño brazo se habría paso por entre la tierra. Su compañera al
verla volvió a gritar.
-¡¿Qué te está pasando?! ¿Estas
enferma?
-No, no. Tranquila, solo estoy
cambiando.
-¿Cambiando? Eso es malo. ¿No?
La lluvia seguía cayendo con fuerza y
la tierra se fue ablandando mas, la semilla se concentró y su
pequeño tallo fue creciendo y creciendo. Su amiga le gritaba que se
detuviera, que era peligroso que se iba a hacer daño. La ahora
pequeña planta miró a la semilla a los ojos, y sonrió.
-Cambiar nos hace crecer, y yo quiero
crecer, yo quiero vivir.
La pequeña planta abandonó la
empapada tierra y creció hasta hacerse grande, fuerte y robusta,
llenando su cuerpo de ramas y hojas. Miró a su alrededor, el sol que
había aparecido entre las nubes iluminando todo lo que le rodeaba.
Había miles de colores, olores y formas era maravilloso.
Cuando ya era un enorme manzano, miró
hacia bajo, a la tierra. Una semilla seca, marrón y fea se
encontraba enterrada justo a unos centímetros del árbol.
El árbol lloró por su amiga, y de sus
lágrimas nacieron los frutos más dulces. Y dentro de los frutos se
encontraban cientos de semillas esperando su momento, para ser
enterradas y empezar a vivir.
Micro-cuento.
“Empezar a vivir”.
Aquí dejo otro mini-cuento,
son improvisados
así que tampoco me pidas
una obra maestra (excusas, excusas).
Estoy preparando una próxima entrada
pero en un formato diferente (jeje)
Espero que les haya gustado,
un abrazo
y hasta la próxima vez que nos leamos.