He llegado a la conclusión que he odio
todo o prácticamente todo. Estoy seguro que si me lo propongo puedo
odiar cualquier cosa. Pero oye, odiar es un ejercicio de todos los
días, no puedes pretender llegar un día y saber odiar todo sino has
practicado.
Yo por ejemplo entrenaba ocho horas al día,
¿No me crees?.
A ver, me levanto a las seis de la
mañana y ya empiezo odiando el despertador; con ese sonidito
“pipipiii”, es tan irritante que no te costará nada odiarlo.
Luego el desayuno, odio la tostadora, esa inútil que o deja el pan
tan blando como un edredón o quemado casi al punto del carbón. Voy masticando ese odio mientras mis dientes se pelean por romper el
trozo de carbón con mermelada que tienes en la boca. Por supuesto
sigues con el entrenamiento en la ducha, y su estúpido termo. Termino
saliendo de casa, congelado por la gélida ducha, ya algo cabreado.
Pero esto es solo un calentamiento, porque ahora nos acercamos al
metro.
Oh, el metro, hora punta, ese calor tan
acogedor de miles de personas un lunes por la mañana no puede haber
otra cosa mejor que enfadarte. Y esta muy bien, ahí es donde se
fabrican los buenos "odiadores". Sino fíjate en sus caras, ceños
fruncidos, arrugas, legañas y sobre todo muecas de desagrado. En ese
momento nos tenemos que concentrar bien y pensar en como lo odiamos
todo, sí, sí, TODO. Pero poco a poco, empieza por lo más molesto
por supuesto, por ejemplo la maldita axila del señor de edad
indefinida que se a colocado precisamente a tu lado y que como no, ha
decidido que el mejor lugar donde ponerla es justo enfrente de tu
cara. Odia también a la maldita abuelita que a saber a dónde va a
estas horas con un carrito de la compra mas grande que ella, y no se
te escape el bebé que llora a grito pelado, los jóvenes estudiantes
con su maldita música estridente y oh por Dios.... Oh por Dios!! El
imbécil, quien quiera que sea, que es la octava vez que te pisa los
zapatos nuevos!!
Y salimos del metro con una buena
primera tanda de odio, nos merecemos un pequeño descanso, pero no
nos olvidemos de que vamos dirección al mejor gimnasio para el odio
del mundo, el trabajo.
Llegas a tu mesa, resoplas como
costumbre, cosa que le indica a tus compañeros que te dejen en paz,
al menos aquellos que tienen sentido común. Aunque siempre hay uno
que no lo coge, ese mismo que todos tenemos en mente ahora. El más
listo de todos, el adelantado a su generación; el sarcasmo se
considera otra forma de odio así que te recomiendo que lo
desarrolles también. Cuando estés más vulnerable ahí llegará el
con su estúpida sonrisa y su asquerosa frasesita “Que buena mañana
hace hoy, ¿eh?”. Pero tranquilo, esto nos viene genial, en cuanto
suelta esa garrafada notaras como una efervescente sensación de odio
crece desde el interior de tu garganta, la sentirás hacerse una bola
y la dejarás ahí mientras le fulminas con la mirada. Después de
cuatro puñeteros minutos en el que el idiota de turno a conseguido
asimilar que no eres de su agrado, se marchará y te dejará por fin
en paz.
Aquí viene la parte del entrenamiento
más larga y con más saturación de odio, tendrás que tener muy
buena resistencia. Porque te esperan seis horas de maratón de
incompetentes y de un hijo de puta que tendremos que llamarle “Jefe”.
Ese cabrón estará todo el día vigilando cada cosa que haces con
tal de que si alguna la haces mal echártela en cara. Para los
profesionales del odio es como un entrenador personal. En cuanto te
ve que mas o menos llevas la situación, y que tus facciones de la
cara se relajan, ataca con una eficaz y rotunda retagila de
inconclusiones que no llevan a ninguna parte. Entonces cuando te
estas replanteando si vale la pena ir a la cárcel por retorserle ese
cuello seboso que tiene, miraras con alivio que tus horas de
sufrimiento acabaron.
En este momento, si has llegado a
sentir las venas de tus cienes hinchadas, un dolor intenso en
garganta, cuello y alma, y por supuesto has estado al punto de la
histeria en mas de una ocasión. He entregarte el diploma honorario
de “odiador” profesional.
Ahora que odias prácticamente todo, tu
casa, tu ciudad, tu trabajo, la gente que te rodea. Básicamente que
odias cada cosa que haces en tu día a día.
Te darás cuenta que realmente, no es
tu vida, nunca lo ha sido y que no volverás a ser así.
Yo ahora me tengo que ir, tengo una
maleta llena de odio que espero poder tirar en el fondo del mar.
Y para ti, te deseo los mejores lunes a
partir de ahora.
Un “odiador” compulsivo