martes, 4 de agosto de 2015

Manual para odiarlo todo.



He llegado a la conclusión que he odio todo o prácticamente todo. Estoy seguro que si me lo propongo puedo odiar cualquier cosa. Pero oye, odiar es un ejercicio de todos los días, no puedes pretender llegar un día y saber odiar todo sino has practicado.
Yo por ejemplo entrenaba ocho horas al día, ¿No me crees?.
A ver, me levanto a las seis de la mañana y ya empiezo odiando el despertador; con ese sonidito “pipipiii”, es tan irritante que no te costará nada odiarlo. Luego el desayuno, odio la tostadora, esa inútil que o deja el pan tan blando como un edredón o quemado casi al punto del carbón. Voy masticando ese odio mientras mis dientes se pelean por romper el trozo de carbón con mermelada que tienes en la boca. Por supuesto sigues con el entrenamiento en la ducha, y su estúpido termo. Termino saliendo de casa, congelado por la gélida ducha, ya algo cabreado. Pero esto es solo un calentamiento, porque ahora nos acercamos al metro.
Oh, el metro, hora punta, ese calor tan acogedor de miles de personas un lunes por la mañana no puede haber otra cosa mejor que enfadarte. Y esta muy bien, ahí es donde se fabrican los buenos "odiadores". Sino fíjate en sus caras, ceños fruncidos, arrugas, legañas y sobre todo muecas de desagrado. En ese momento nos tenemos que concentrar bien y pensar en como lo odiamos todo, sí, sí, TODO. Pero poco a poco, empieza por lo más molesto por supuesto, por ejemplo la maldita axila del señor de edad indefinida que se a colocado precisamente a tu lado y que como no, ha decidido que el mejor lugar donde ponerla es justo enfrente de tu cara. Odia también a la maldita abuelita que a saber a dónde va a estas horas con un carrito de la compra mas grande que ella, y no se te escape el bebé que llora a grito pelado, los jóvenes estudiantes con su maldita música estridente y oh por Dios.... Oh por Dios!! El imbécil, quien quiera que sea, que es la octava vez que te pisa los zapatos nuevos!!
Y salimos del metro con una buena primera tanda de odio, nos merecemos un pequeño descanso, pero no nos olvidemos de que vamos dirección al mejor gimnasio para el odio del mundo, el trabajo.
Llegas a tu mesa, resoplas como costumbre, cosa que le indica a tus compañeros que te dejen en paz, al menos aquellos que tienen sentido común. Aunque siempre hay uno que no lo coge, ese mismo que todos tenemos en mente ahora. El más listo de todos, el adelantado a su generación; el sarcasmo se considera otra forma de odio así que te recomiendo que lo desarrolles también. Cuando estés más vulnerable ahí llegará el con su estúpida sonrisa y su asquerosa frasesita “Que buena mañana hace hoy, ¿eh?”. Pero tranquilo, esto nos viene genial, en cuanto suelta esa garrafada notaras como una efervescente sensación de odio crece desde el interior de tu garganta, la sentirás hacerse una bola y la dejarás ahí mientras le fulminas con la mirada. Después de cuatro puñeteros minutos en el que el idiota de turno a conseguido asimilar que no eres de su agrado, se marchará y te dejará por fin en paz.
Aquí viene la parte del entrenamiento más larga y con más saturación de odio, tendrás que tener muy buena resistencia. Porque te esperan seis horas de maratón de incompetentes y de un hijo de puta que tendremos que llamarle “Jefe”. Ese cabrón estará todo el día vigilando cada cosa que haces con tal de que si alguna la haces mal echártela en cara. Para los profesionales del odio es como un entrenador personal. En cuanto te ve que mas o menos llevas la situación, y que tus facciones de la cara se relajan, ataca con una eficaz y rotunda retagila de inconclusiones que no llevan a ninguna parte. Entonces cuando te estas replanteando si vale la pena ir a la cárcel por retorserle ese cuello seboso que tiene, miraras con alivio que tus horas de sufrimiento acabaron.
En este momento, si has llegado a sentir las venas de tus cienes hinchadas, un dolor intenso en garganta, cuello y alma, y por supuesto has estado al punto de la histeria en mas de una ocasión. He entregarte el diploma honorario de “odiador” profesional.
Ahora que odias prácticamente todo, tu casa, tu ciudad, tu trabajo, la gente que te rodea. Básicamente que odias cada cosa que haces en tu día a día.
Te darás cuenta que realmente, no es tu vida, nunca lo ha sido y que no volverás a ser así.

Yo ahora me tengo que ir, tengo una maleta llena de odio que espero poder tirar en el fondo del mar.
Y para ti, te deseo los mejores lunes a partir de ahora.
Un “odiador” compulsivo