lunes, 1 de febrero de 2016

La sombra de las nubes.

  En la ciudad de Núremberg, al sur de Alemania. Había una encantadora casa situada a las orillas del río Pegnitz. Tenía la fachada recubierta de hiedras, y las tejas del tejado tenían un tono azul desteñido, del mismo color que el marco de las ventanas. “No era una gran casa, pero era su casa” pensó el señor Briand mientras garabateaba con el carboncillo la hoja en la que se veía su nuevo hogar.
Aunque el señor Briand era de origen francés, había estado viajando por todo el mundo. Italia, Venecia, España, Perú, México, India... Podía describirte a la perfección la forma de las pirámides, o el frío que hacía mientras visitaba el Kremlin. Se le podría definir como un hombre de mundo, y se consideraba a si mismo un hombre muy culto. Tenía en su maleta cientos de libros que se había leído, y por el camino había cientos de libros que también habría perdido. Y ahora que sus huesos estaban más doloridos, y su espalda mas resentida por cargar con tantas maletas, había decidido comprar esa pequeña “behausung”(Palabra de origen Alemán, significa vivienda, casa o morada.)
La casa verde oscuro del tejado azul desteñido, le recordaba a si mismo. Una pequeña casa al final de un largo camino, fría y tranquila. Y aunque se sentía cómodo en ella no se había decidido a deshacer las maletas. Caminaba por la casa sin levantar los pies del suelo para no hacer ruido, cosa que le molestaba bastante cuando se encontraba con alguna alfombra, no había abierto las ventanas y mucho menos tirar los objetos del anterior inquilino.
Se sentía como si en cualquier momento tuviera que salir corriendo de nuevo, a otro lugar, a cualquier sitio. Suspiró, y mirando los pájaros se sintió unido a ellos. No tenía la costumbre de estar en un mismo lugar durante mucho tiempo, digamos que le era imposible construirse ahora un nido. Le faltaban fuerzas, le faltaban ganas e ilusión. Y con estos pensamientos cerró los ojos, la suave brisa le daba en la cara mientras oía al Pegnitz remolonearse en pequeños rápidos frente a la casa. Podía distinguir en el aire el olor de algo dulce, sin saber muy bien qué era. Sin darse cuenta se quedó dormido mecido por los rayos de sol.
Cuando despertó el viento era mas frío, y el sol se empezaba a adormecer entre los prados lejanos del oeste. El señor Briand estiró sus doloridos huesos, haciendo sonar una orquesta de crujidos cuando se dio cuenta frente a él había una niña. Al principio se sorprendió, luego le dedicó una leve sonrisa.
-Hola pequeña. -dijo en un basto alemán- ¿Te has perdido?
La niña no dijo nada, se quedó ahí de pié mirándolo fijamente. Apenas tendría cinco años, el espeso pelo negro le llegaba por debajo de los hombros y el flequillo le tapaba media cara. Llevaba un vestido rojo y no se veía muy sucio así que debería de ser una hija de algún vecino. Pero de su boca no salía ni una sola palabra. Lo intento de nuevo.
-¿Cómo te llamas?
Ninguna respuesta. Sin embargo para asombro del señor Briand, la niña empezó a buscar algo. Del bolsillo derecho completamente arrugado extrajo lo que parecía un trozo de papel, mientras las pequeñas manitas de la niña intentaban alisarlo, el señor Briand se percató de que era una carta. Perplejo por el extraño comportamiento de la niña le sobresaltó cuando esta le tendió la carta, su cara era seria y sostenía la carta con el brazo completamente estirado.
-¿Es para mi? - El señor Briand dudo antes de coger la carta.
La niña negó fuertemente pero no le quitó de las manos la carta, se quedo frente a él esperando. El señor Briand miro el sobre, estaba lleno de sellos, parecía venir de Chile a nombre de un tal Bared Neisser. Y dirigida a la pequeña que estaba frente a él, o al menos eso supuso, la niña cuyo nombre ya suponía que sabía era Bernadette Neisser. Seguramente era una carta de su padre, la fecha era de hacía un par de semanas, pero aún estaba cerrada.

 Miró a la niña que parecía estar cansada de esperar y le pregunto.
-Bernadette... Te llamas así ¿No?
La niña asintió. El señor Briand suspiró aliviado, había conseguido algo. Pero, ahora qué hacía con la niña. Estaba claro que ella le había dado la carta por algún motivo, se rascó la cabeza pensativo.
-¿Es una carta de tu papá?
Bernadette volvió a asentir y esta vez le empujó suavemente la carta hacia él. El señor Briand entendió esta vez lo que ocurría, Bernadette era aun muy pequeña ni siquiera habría empezado la escuela, pero aun así ¿Acaso habría ido hasta ahí solo para que le leyera la carta?
-¿Quieres que te la lea?
Esta vez la pequeña se dio la vuelta agarró un pequeño banco que tenía por ahí y lo colocó al frente del señor Briand. Este suspiró, le estaba haciendo incomoda la situación pero parecía que Bernadette esta bastante ilusionada y enseguida se contagió de ella mientras rasgaba con cuidado el sobre.
Cuando sacó del sobre el pequeño folio mal doblado y empezó a desdoblarlo, sus labios ya estaban preparados para comenzar a leer. Pero no pudo, cuando abrió el último doblez de la hoja lo único que vio era una hoja en blanco. Arrugó el ceño, y acerco la cara a sus ojos por si fuera que no había suficiente luz. No, ni caso, el grueso papel no guardaba nada mas que un tacto agradable. Suspiró desilusionado, seguramente el tal Bared se habría confundido de hoja y le había mandado a su hija una carta en blanco. Levantó la vista por encima de la hoja, la pequeña Bernadette movía inquieta los pies mientras esperaba un relato de tierras lejanas y aventuras increíbles. El señor Briand había estado en Chile y sabía que el padre de la niña tendría muchas cosas que contarle, como la magia que había en el valle de la luna o el ajetreo del Valparaíso, uno de los puertos principales de Chile. Suspiró de nuevo y justo cuando iba a doblar el papel de nuevo, sus ojos se pararon en los de Bernadette. 

....Mitad del primer capítulo... 
Srta. de Marte.
Feliz año nuevo y todas esas cosas que dicen
los blogers normales jaja.
Esto que esta aquí es algo muuy grande que he decidido poner a prueba.
Espero que les guste.
Hasta la próxima vez que nos leamos.