En la ciudad de Núremberg, al sur de
Alemania. Había una encantadora casa situada a las orillas del río
Pegnitz. Tenía la fachada recubierta de hiedras, y las tejas del
tejado tenían un tono azul desteñido, del mismo color que el marco
de las ventanas. “No era una gran casa, pero era su casa” pensó
el señor Briand mientras garabateaba con el carboncillo la hoja en
la que se veía su nuevo hogar.
Aunque el señor Briand era de origen
francés, había estado viajando por todo el mundo. Italia, Venecia,
España, Perú, México, India... Podía describirte a la perfección
la forma de las pirámides, o el frío que hacía mientras visitaba
el Kremlin. Se le podría definir como un hombre de mundo, y se
consideraba a si mismo un hombre muy culto. Tenía en su maleta
cientos de libros que se había leído, y por el camino había
cientos de libros que también habría perdido. Y ahora que sus
huesos estaban más doloridos, y su espalda mas resentida por cargar
con tantas maletas, había decidido comprar esa pequeña
“behausung”(Palabra de origen Alemán, significa vivienda,
casa o morada.)
La casa verde oscuro del tejado azul
desteñido, le recordaba a si mismo. Una pequeña casa al final de un
largo camino, fría y tranquila. Y aunque se sentía cómodo en ella
no se había decidido a deshacer las maletas. Caminaba por la casa
sin levantar los pies del suelo para no hacer ruido, cosa que le
molestaba bastante cuando se encontraba con alguna alfombra, no había
abierto las ventanas y mucho menos tirar los objetos del anterior
inquilino.
Se sentía como si en cualquier momento
tuviera que salir corriendo de nuevo, a otro lugar, a cualquier
sitio. Suspiró, y mirando los pájaros se sintió unido a ellos. No
tenía la costumbre de estar en un mismo lugar durante mucho tiempo,
digamos que le era imposible construirse ahora un nido. Le faltaban
fuerzas, le faltaban ganas e ilusión. Y con estos pensamientos cerró
los ojos, la suave brisa le daba en la cara mientras oía al Pegnitz
remolonearse en pequeños rápidos frente a la casa. Podía
distinguir en el aire el olor de algo dulce, sin saber muy bien qué
era. Sin darse cuenta se quedó dormido mecido por los rayos de sol.
Cuando despertó el viento era mas
frío, y el sol se empezaba a adormecer entre los prados lejanos del
oeste. El señor Briand estiró sus doloridos huesos, haciendo sonar
una orquesta de crujidos cuando se dio cuenta frente a él había una
niña. Al principio se sorprendió, luego le dedicó una leve
sonrisa.
-Hola pequeña. -dijo en un basto
alemán- ¿Te has perdido?
La niña no dijo nada, se quedó ahí
de pié mirándolo fijamente. Apenas tendría cinco años, el espeso
pelo negro le llegaba por debajo de los hombros y el flequillo le
tapaba media cara. Llevaba un vestido rojo y no se veía muy sucio
así que debería de ser una hija de algún vecino. Pero de su boca
no salía ni una sola palabra. Lo intento de nuevo.
-¿Cómo te llamas?
Ninguna respuesta. Sin embargo para
asombro del señor Briand, la niña empezó a buscar algo. Del
bolsillo derecho completamente arrugado extrajo lo que parecía un
trozo de papel, mientras las pequeñas manitas de la niña intentaban
alisarlo, el señor Briand se percató de que era una carta. Perplejo
por el extraño comportamiento de la niña le sobresaltó cuando esta
le tendió la carta, su cara era seria y sostenía la carta con el
brazo completamente estirado.
-¿Es para mi? - El señor Briand dudo
antes de coger la carta.
La niña negó fuertemente pero no le
quitó de las manos la carta, se quedo frente a él esperando. El
señor Briand miro el sobre, estaba lleno de sellos, parecía venir
de Chile a nombre de un tal Bared Neisser. Y dirigida a la pequeña
que estaba frente a él, o al menos eso supuso, la niña cuyo nombre
ya suponía que sabía era Bernadette Neisser. Seguramente era una
carta de su padre, la fecha era de hacía un par de semanas, pero aún
estaba cerrada.
Miró a la niña que parecía estar
cansada de esperar y le pregunto.
-Bernadette... Te llamas así ¿No?
La niña asintió. El señor Briand
suspiró aliviado, había conseguido algo. Pero, ahora qué hacía
con la niña. Estaba claro que ella le había dado la carta por algún
motivo, se rascó la cabeza pensativo.
-¿Es una carta de tu papá?
Bernadette volvió a asentir y esta vez
le empujó suavemente la carta hacia él. El señor Briand entendió
esta vez lo que ocurría, Bernadette era aun muy pequeña ni siquiera
habría empezado la escuela, pero aun así ¿Acaso habría ido hasta
ahí solo para que le leyera la carta?
-¿Quieres que te la lea?
Esta vez la pequeña se dio la vuelta
agarró un pequeño banco que tenía por ahí y lo colocó al frente
del señor Briand. Este suspiró, le estaba haciendo incomoda la
situación pero parecía que Bernadette esta bastante ilusionada y
enseguida se contagió de ella mientras rasgaba con cuidado el sobre.
Cuando sacó del sobre el pequeño
folio mal doblado y empezó a desdoblarlo, sus labios ya estaban
preparados para comenzar a leer. Pero no pudo, cuando abrió el
último doblez de la hoja lo único que vio era una hoja en blanco.
Arrugó el ceño, y acerco la cara a sus ojos por si fuera que no
había suficiente luz. No, ni caso, el grueso papel no guardaba nada
mas que un tacto agradable. Suspiró desilusionado, seguramente el
tal Bared se habría confundido de hoja y le había mandado a su hija
una carta en blanco. Levantó la vista por encima de la hoja, la
pequeña Bernadette movía inquieta los pies mientras esperaba un
relato de tierras lejanas y aventuras increíbles. El señor Briand
había estado en Chile y sabía que el padre de la niña tendría
muchas cosas que contarle, como la magia que había en el valle de la
luna o el ajetreo del Valparaíso, uno de los puertos principales de
Chile. Suspiró de nuevo y justo cuando iba a doblar el papel de
nuevo, sus ojos se pararon en los de Bernadette.
....Mitad del primer capítulo...
Srta. de Marte.
Feliz año nuevo y todas esas cosas que dicen
los blogers normales jaja.
Esto que esta aquí es algo muuy grande que he decidido poner a prueba.
Espero que les guste.
Hasta la próxima vez que nos leamos.